EL AUTOR es empresario. Reside en Santo Domingo. |
La democracia, el sistema político que decimos tener, contrario a lo que algunos creen no es el simple derecho de los ciudadanos para Votar cada cierto tiempo; éste además de permitirnos elegir a quienes nos representarán, estimula el control sobre las entidades públicas y la participación ciudadana en las decisiones de importancia, así como trata de evitar que demasiado poder se concentre en una persona, o en un reducido grupo de individuos. Lo sucedido recientemente en relación con la forma poco transparente en que unos cuántos políticos decidieron modificar La Constitución, es una muestra palpable de prácticas antidemocráticas. Estos a través de acuerdos que aún no se han terminado de conocer, lograron obtener el número necesario de legisladores para lograr, nueva vez, permitir la reelección. Lo que se conoce de lo pactado entre los tres principales partidos, nos obliga a tener que soportar por cuatro años más a los mismos legisladores y alcaldes que tenemos, impidiendo que las legítimas aspiraciones que un importante número de personas tiene de sustituir a los actuales incumbentes,que ya van a tener seis años en sus posiciones, se materialicen. Estos acuerdos, y todo lo que se comenta ha sucedido alrededor de estos hechos, nos confirman que en lugar de una democracia, tenemos una “Partidocracia”, en donde un grupito de dirigentes partidarios ha decidido lo que más les conviene, y de paso, señalar quienes serán los candidatos que representarán “nuestros anhelos y aspiraciones”. Los políticos han alcanzado tal grado de poder, que ilegalmente se han convertido en los amos del país, teniendo bajo su control todos los Poderes del Estado. Estos han olvidado que su verdadero compromiso es con la ciudadanía y no con el Partido, olvidaron la llamada del servicio público, de la provisionalidad del cargo y de la obligación de limpieza en la gestión. Estos a veces dan la sensación de actuar más como emperadores que como representantes del pueblo. A continuación transcribo lo que leí recientemente acerca de las dimensiones del Poder Político: “El Estado es la mayor empresa de cada país, la única que recauda sus ingresos por ley, sin tener que competir en el mercado, convirtiendo a los políticos en los mayores empresarios, los más fuertes y poderosos, los que controlan más medios de influencia, los que dan las órdenes al ejército, a la policía y a los servicios secretos, siendo su fuerza y dominio incomparables, pudiendo nacionalizar, privatizar, incautar y cambiar las leyes en una dirección u otra, dependiendo de las conveniencias”. Si reflexionamos seriamente sobre lo dicho precedentemente, tenemos que concluir aceptando que nos hemos convertido en meros espectadores, con capacidad para aplaudir o criticar el espectáculo, pero con muy pocas probabilidades de modificarlo. Pero hechos que están sucediendo fuera de la República Dominicana, demuestran que el inexpugnable control de los partidos sobre la vida política no es eterno. Lo acontecido recientemente en España y Méjico, por sólo mencionar dos países muy conocidos por nosotros, demuestran que cuando la gente se harta, pasan cosas impensables.