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miércoles, 22 de octubre de 2014

Los otros virus que nos acechan

El ébola no es el único agente emergente: coronavirus, gripe aviar, Marburg, polio y fiebre amarilla han causado brotes en 2014

     
Un trabajador sanitario viste máscara protectora para enfrentarse al brote del virus Marburg de Uganda. / BEN CURTIS (AP)
Cabe poca duda de que la crisis del ébola es “la más grave emergencia aguda de salud pública de los tiempos modernos”, como ha señalado la directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan. Pero el ébola no es el único virus emergente sobre el que las autoridades sanitarias mundiales tienen puesta la lupa.
Solo en 2014, mientras el ébola capturaba la atención mundial, han causado brotes el virus Marburg en Uganda, el MERS-CoV (Middle East respiratory sindrome coronavirus) en Austria, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes, el enterovirus D68 en Estados Unidos, el virus de la polio en Camerún, Guinea Ecuatorial, Oriente Próximo y Brasil, la gripe aviar H7N9 y H5N1 en varios lugares del mundo, y la fiebre amarilla en la República Democrática del Congo.
Son brotes de escasa entidad en comparación con la epidemia de ébola que está masacrando el oeste de África, pero también el ébola había sido hasta ahora un agente de bajo perfil. La preocupación de los epidemiólogos es que cambios en la constitución genética de estos virus, o en las condiciones demográficas de sus víctimas, puedan convertirlos en agentes pandémicos que causen una nueva crisis sanitaria mundial. La investigación se centra sobre todo en dos de ellos: los coronavirus y la gripe aviar, en ambos casos con importantes contribuciones españolas.
Son brotes de escasa entidad, pero también el ébola había sido hasta ahora un agente de bajo perfil
Hay seis coronavirus que afectan a los humanos, y cuatro de ellos son un contratiempo menor: solo causan resfriados en invierno, si acaso una bronquitis en las personas predispuestas. Pero los otros dos son mortales: el SARS y el MERS. El SARS (severe acute respiratory sindrome, o síndrome repiratorio grave y agudo) apareció en noviembre de 2002 en la provincia china de Guangdong, fue transportado por un médico infectado hasta Hong Kong, y desde allí al sureste de Asia, Norteamérica y Europa, aprovechándose de las redes globales de transporte aéreo y de la ignorancia de los epidemiólogos sobre este agente nunca visto hasta entonces. La OMS lo identificó en marzo de 2003, y solo dos meses después había causado más de 8.000 infecciones y 800 muertes. El pánico se apoderó de las principales ciudades asiáticas, con cierres de escuelas y edificios públicos y prohibiciones de viajes. Hoy parece controlado.
Su colega mortal, el coronavirus MERS, no ha gozado de tanta suerte con los titulares. Sin embargo, es seguramente la estrella absoluta de los brotes epidémicos de este año. “Apareció en 2012 y su mortalidad alcanza el 30% en las personas hospitalizadas”, explica el especialista en coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología Luis Enjuanes. “Pero hay gente que se infecta sin desarrollar síntomas y estos son los que pueden extender el virus por todo el mundo”. Enjuanes es una referencia mundial en estos agentes infecciosos y uno de los científicos que asesora al Gobierno en la crisis del ébola.
Los virus emergentes no surgen de la nada: todos ellos provienen de los animales. Es lógico, puesto que la especie humana solo lleva 100.000 años en el planeta Tierra, y ha tenido que importar sus virus de otras especies mucho más antiguas que ya se habían adaptado a ellos. La fuente directa del coronavirus MERS son los camellos: la gente se infecta al beber su leche o comer su carne. “Pero los camellos han adquirido del virus de los murciélagos”, dice Enjuanes. Los murciélagos también se revelaron en la década pasada como el foco del SARS, el otro coronavirus, y son uno de los reservorios naturales del ébola que los científicos consideran más probable. ¿Qué extraña afición tienen estos bichos oscuros por los virus que causan enfermedades emergentes?
El MERS apareció en 2012 y su mortalidad alcanza el 30% de los hospitalizados”, explica Enjuanes
“Que son mamíferos como nosotros, pero vuelan y muerden”, explica Enjuanes. Los saltos de virus entre especies se ven facilitados por la cercanía evolutiva entre una especie y otra, como parece lógico, y de ahí que los murciélagos, que son mamíferos aunque no lo parezcan, tengan más fácil transmitirnos sus agentes infecciosos. Pero volar es sin duda una ventaja para propagar un virus por una zona amplia, y morder lo es para contagiárselo a cualquier animal que no coma murciélagos, o no muchos.
El laboratorio de Enjuanes ha logrado recientemente espectaculares avances hacia la obtención de una vacuna contra el SARS y el MERS, con financiación de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos) y la Unión Europea. “Hemos utilizado técnicas de biología sintética (crear organismos con propiedades que no existen en la naturaleza) para crear coronavirus que son competentes en replicación, pero deficientes en propagación”, explica Enjuanes. “Son lo que llamamos virus de un solo ciclo, porque infectan la célula y se replican, pero no pueden salir de ella, y pensamos que son candidatos ideales a una vacuna”.
El otro gran grupo de brotes de este año se debe a dos virus de la gripe aviar, H5N1 y H7N9 en la nomenclatura jeroglífica que se utiliza para estos agentes. Fíjense sobre todo en la H, que significa hemaglutinina, la proteína exterior del virus que determina a qué especies y a qué tejidos del cuerpo puede infectar. “Los virus H5 y H7 son aviares, pero en los raros casos en que saltan de especie pueden infectar a todos los tejidos del cuerpo, y por eso resultan tan letales”, explica Amelia Nieto, investigadora del virus de la gripe del Centro Nacional de Biotecnología. “En ninguno de estos dos virus, por fortuna, se han registrado contagios de humano a humano”.
El ébola, el SARS y el MERS vienen de los murciélagos; las gripes, de las aves acuáticas
Todos los virus de la gripe provienen en último término de las aves acuáticas, incluidas las gripes estacionales, o convencionales, que nos atacan cada invierno y cada varias décadas se sustituyen por una nueva cepa de origen aviar, a veces a través de complicados pasos por otras especies como los cerdos y otros mamíferos (los murciélagos no están implicados en este caso).
El H5N1 es una celebridad en la pequeña historia de los virus emergentes. Se detectó por primera vez en una población de gansos de la provincia de Guangdong, sur de China, en 1996, y empezó a llamar la atención de los epidemiólogos en mayo de 1997, cuando los mercados de aves vivas de Hong Kong —un auténtico cocedero de virus emergentes— causaron 18 infecciones humanas, con seis muertes. Sus saltos ocasionales han causado desde entonces cerca de un millar de muertes.
La gran preocupación de los científicos conocedores de la gripe es que el H5N1, que ya es muy letal en los raros casos en que salta a humanos, adquiera una alta capacidad para transmitirse de persona a persona, como la gripe convencional. La gran motivación para estudiar estos casos ha causado en años recientes una de las mayores polémicas que se recuerdan en el sector, cuando los asesores de seguridad biológica de la Casa Blanca intentaron frenar la publicación de las investigaciones de un laboratorio norteamericano y otro holandés sobre las mutaciones que convierten al H5N1 en un agente pandémico.
“Mi opinión sobre este asunto”, dice Amelia Nieto, “es que es absurdo financiar esas investigaciones, como hizo Washington, y luego pretender frenar su publicación en las revistas científicas, o incluso prohibirlas”. Tanto el laboratorio estadounidense como el holandés tenían, en efecto, financiación de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH en sus siglas inglesas), en todo o en (gran) parte. Las investigaciones han sido finalmente publicadas, y continúan en ambos laboratorios, aunque con medidas de seguridad reforzadas en colaboración con la OMS. Y ayer mismo (por el sábado) la Casa Blanca empezó a recular y anunció la prohibición de cualquier experimento de este tipo en cualquier virus.
La carrera entre la investigación y la naturaleza sigue en marcha. Y tal vez sea una guerra desigual.
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